El aceite de Oliva compañero inseparable del pan y el vino. Trilogía fundamental en la dieta mediterránea. Un clásico en nuestras cocinas y también en nuestra historia. “Oliva” de origen latino para referirse al fruto del Olivo. Una palabra que nos empieza a dar pistas para descubrir mucho más sobre el “oro líquido” de nuestra alimentación. Y es que no podemos olvidar que es uno de los componentes principales de la Dieta Mediterránea, considerado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
Orígenes del Aceite de Oliva
En Egipto ya se utilizaba para iluminar templos y como aceite perfumado en los baños, así como los rituales de limpieza personal. Fue la primera civilización que extrajo el aceite con procedimientos mecánicos naturales. Los mismos en los que se basan la extracción hoy en día. Estos métodos incluían la molienda de las aceitunas con piedras y la presión para extraer el aceite, procesos que sentaron las bases de los procesos actuales.
En España los fenicios serán los que introdujeron el cultivo y enseñaron a la población autóctona a extraer el aceite a partir de su fruto. Este proceso marcó el inicio de una tradición que se consolidaría con el tiempo. La expansión del cultivo del olivo y la producción de aceite en la península ibérica crecieron significativamente gracias a las relaciones comerciales con Grecia.
La numismática ofrece testimonio de esta influencia, como se puede observar en los dracmas griegos que muestran la lechuza de Atenea junto a una rama de olivo en las monedas de plata. De hecho, la moneda de un euro griego es un homenaje a la antigua moneda y conserva la iconografía. Además, Hipócrates, considerado el padre de la medicina griega, mencionó el aceite de oliva como un remedio eficaz para la curación de dolores musculares, destacando sus propiedades terapéuticas y su importancia en la medicina de la época.
Con la ocupación romana, el aceite de oliva cobró su verdadera importancia en la península ibérica. Los romanos promovieron su cultivo intensivo y el aceite de oliva sustituyó en gran medida el consumo de otras grasas animales, como la grasa de cerdo y la mantequilla, debido a sus múltiples beneficios para la salud y su versatilidad en la cocina.
Olivo como símbolo
De esta forma, el cultivo del olivo fomentó la sedentarización de muchas tribus nómadas, que comenzaron a establecerse en territorios donde podían cultivar olivos. Este cambio hacia una vida más sedentaria propició la paz con los pueblos vecinos, ya que la estabilidad y las relaciones comerciales se volvieron esenciales para la prosperidad mutua. El olivo llegó a ser visto no solo como una fuente de riqueza y sustento, sino también como un símbolo de paz y estabilidad en el Imperio romano. De hecho, el olivo se consagró como símbolo de paz en la iconografía y la cultura romana, un legado que ha perdurado hasta nuestros días.
Según la religión cristiana. La paloma que envió Noé después del “diluvio universal” regresó con un ramo de olivo en su pico, simbolizando el fin del diluvio y la renovación de la vida en la Tierra. Siguiendo con su simbolismo, debemos recalcar su papel durante las primeras Olimpiadas griegas, los atletas obtenían como premio coronas hechas con ramas de olivo para hacerles los honores. Estas coronas no solo representaban la victoria, sino también la pureza y el esfuerzo honesto en la competencia, valores muy apreciados en la cultura griega antigua.
En Castilla y León existen zonas específicas con un microclima que posibilitan la producción de olivos milenarios que han sido la base económica de muchos pueblos donde la tradición olivar sigue vigente para ofrecernos un aceite con origen y sabor único: Ahigal de los Aceiteros
(Salamanca) y Tierras de Arenas de San Pedro y el Valle del Tiétar (Ávila). Tierra de Sabor garantiza su calidad diferenciada.