Cuando el frío invierno cubre Castilla y León, los pueblos de esta tierra despiertan con una energía especial. No son las luces navideñas ni el bullicio de los mercados. Es algo más antiguo, más profundo. Son las mascaradas de invierno, un festín de colores, sonidos y rituales que nos conecta con un pasado que sigue vivo. La máscara es un elemento central que revela la esencia de estas celebraciones. Nos invita a explorar nuestras raíces y a celebrar nuestra cultura.
Pero, ¿qué son las mascaradas? ¿Por qué las máscaras, los cencerros, las carreras y los gritos? Estas fiestas no son solo tradición, son una ventana al alma de los pueblos castellanos y leoneses, donde estas juegan un papel crucial en cada ritual, una mezcla de magia, comunidad y celebración que merece ser vivida al menos una vez en la vida.

Un viaje a nuestros orígenes
Imagina a nuestros antepasados, hace siglos, mirando al cielo y a los campos, tratando de entender los ciclos de la naturaleza. La llegada del invierno era un momento de incertidumbre y esperanza. Y para enfrentarlo, nacieron estas fiestas, con máscaras que daban poder, rituales para ahuyentar el mal y celebraciones que aseguraban prosperidad y fertilidad para el año nuevo. La máscara simboliza la conexión con lo divino.
En cada celebración, juega un papel fundamental, convirtiéndose en un símbolo de nuestra identidad compartida.
Las mascaradas de invierno no esconden la identidad, sino que la transforman. Así, te convierte en algo más grande: un espíritu, un animal, una fuerza de la naturaleza. Es el puente entre lo humano y lo divino, entre lo real y lo imaginario.
La variedad de máscaras en estas festividades es asombrosa, cada una cuenta una historia única relacionada con su origen y significado.
Permite a las personas transformarse y conectarse con lo espiritual, creando un vínculo con la ancestralidad que enriquece la experiencia de la festividad.
Cada mascarada tiene su propio encanto, pero todas comparten elementos comunes:
- Los enmascarados: Son los protagonistas indiscutibles. Personajes que con sus máscaras talladas, sus trajes vibrantes y sus movimientos rituales llenan las calles de misterio y emoción.
- El sonido del invierno: El tintineo de cencerros, los gritos y las risas inundan el aire. Estos sonidos no son casuales; espantan los malos espíritus y anuncian la llegada de algo nuevo y esperanzador.
- El pueblo entero se une: No es una fiesta para mirar desde lejos. Aquí, todos tienen un papel, ya sea como participantes o espectadores emocionados. Es un momento de unidad que fortalece la identidad de cada comunidad.
Hoy se conservan alrededor de medio centenar de mascaradas de invierno en las distintas localidades de Castilla y León. Alguna de ellas son:
- El Zangarrón de Sanzoles (Zamora): Cada 26 de diciembre, este personaje lleno de colores y energía recorre el pueblo para protegerlo de cualquier mal. Su presencia es tan imponente como fascinante.
- Los Carochos de Riofrío de Aliste (Zamora): El 1 de enero, esta mascarada nos regala una lucha simbólica entre el bien y el mal. Es pura emoción, con personajes como el Diablo, el Ciego y el Molacillo protagonizando escenas inolvidables.
- Los Jurrus y Birrias de Alija del Infantado (León): En pleno Carnaval, estas figuras representan la eterna batalla entre el caos y el orden, entre la burla y la seriedad. Sus danzas y su energía son contagiosas.
La máscara como símbolo
Aquí viene lo más bonito: la máscara no es solo un disfraz. Es un símbolo de transformación. Te permite ser otro, pero al mismo tiempo te conecta con lo esencial: la naturaleza, los ancestros, las fuerzas que mueven la vida. En estas fiestas, no oculta; revela. Cada una cuenta una historia que trasciende generaciones.
La diversidad de máscaras en cada celebración resalta la riqueza cultural de la región y la importancia de preservar estas tradiciones para las futuras generaciones.
Así, la máscara no solo es un elemento decorativo, sino un testimonio del patrimonio cultural que debemos cuidar.
Con el tiempo, estas fiestas que surgieron de creencias paganas se han mezclado con tradiciones cristianas. Es un ejemplo perfecto de cómo lo nuevo y lo antiguo pueden convivir, creando un sincretismo que hace de las mascaradas algo único. En ellas, la espiritualidad es profunda, pero también abierta, cercana y compartida.
Estas no son solo de los pueblos donde nacieron. Es un patrimonio que no pertenece a todos. Representan nuestra historia común, nuestro deseo de celebrar la vida incluso en los momentos más oscuros del invierno. Y son, sin duda, un patrimonio que debemos cuidar, proteger y, sobre todo, disfrutar.
Si alguna vez te pierdes por los caminos de Castilla y León en pleno invierno, déjate llevar por el sonido de los cencerros, los gritos y las risas. Sigue a los enmascarados y vive una experiencia que te hará sentir parte de algo mucho más grande.
Porque la máscara no esconde, representa quiénes somos en esencia y nos une en celebración. La máscara es un reflejo de nuestra historia y un símbolo de continuidad cultural.

Imágenes: Dirección General de Patrimonio Cultural de Castilla y León